En todos mis años de trabajo en el campo de diseño interior, he logrado entender que cada cliente es un universo, y que cada proyecto es una lección en comunicación.

Observo cuidadosamente y trato de entender cómo cada objeto es escogido y recopilado: como los humanos poblamos nuestro hogares con ellos.

Me pregunto, ¿son los hogares nidos, zonas de confort, o ambos? Ciertamente, son templos, dedicados a guardar objetos adquiridos en viajes ó piezas personales.

Frecuentemente me preguntan si el diseño interior es un proceso “a priori” y mi respuesta es siempre la misma, “No lo sé”. Es sólo hasta el momento en el que logró ver el espacio a través de los ojos de mi cliente que puedo comenzar a formular el diseño.

Cada proyecto tiene su propia esencia, y una carta de colores característicos. Esto es algo que debo captar antes de poder avanzar en el proceso creativo.

Mis proyectos son terminados con piezas únicas e individuales, regalos, que son creados específicamente para el espacio que fueron concebidos, y dejados atrás para su disfrute.

Yo estoy influenciado por mis viajes y travesías. Estos me llenan de imágenes que enriquecen y expanden mi vocabulario de diseño. Algunos de esos lugares son serenos y otros llenos de una musicalidad compleja. Esto también influye en los espacios que creamos.

Yo veo cada proyecto de diseño como un trabajo de grupo. Cada persona envuelta en el proceso asume un rol creativo bien sea el cliente, el diseñador ó el artesano. Todos terminamos siendo parte de un mismo equipo creativo.

Yo veo mi proceso de diseño como algo simple pero a la misma vez complejo; una serie de movimientos fundamentales, y una comunicación directa que me permite crear un nuevo hogar.